Tom Wolfe se quedó corto

10 enero, 2014 por hermanastra

(Crónica publicada en Grupo Joly, 7-12-2013)

Hay gente que nace en otra galaxia. Y gente, como Nigella Lawson, que nace directamente en una galaxia en el extremo opuesto del universo. En el Reino Unido Nigella Lawson es la reina de la food-porn (mote impuesto), la Domestic Goddess (mote elegido), el cruce perfecto entre, digamos, Simone Ortega e Isabel Preysler jugando a las cocinitas en la televisión. «No tengo culpa de ser rica -podría decir-, es que me han dibujado así». Mientras el común de los mortales recuerda a sus pobres madres pintándose en el ascensor, Nigella rememora a su progenitora acudiendo a fiestas de Navidad ataviada con «botas de ante blancas, minivestidos de angora, pestañas postizas y Heure Bleue de Guerlain». Heredera de la compañía Lyons (la marca de té) e hija de Nigel Lawson (ministro de Economía con Thatcher), Nigella Lawson podría hacer uso, si quisiera, del título de «honorable».

Lawson saltó a la fama hace quince años, cuando sus recetarios se transformaron en programas de TV. En sus primeras entregas, se la ve dando concienzudas instrucciones, como una alumna bien aplicada, guapa, seria y high-nosed, pero soltando gruñiditos y poniendo ojos en blanco al probar los platos. A alguien se le ocurrió decir que mostraba una disposición demasiado sensual con los fogones y a Nigella se le abrieron las puertas de la fama. Y del alumbramiento. ¿Os gusta el flirteo? Pues a mí me gusta más. En sus siguientes series Nigella guiña a la cámara, pone voz de gatita, se enfunda su ¿130? de pechera en estrechos jerseys de cachemira y hunde sus uñas de manicura francesa en la masa para brioche mientras se aparta los mechones del pelo, oh, tan sensualmente. Es la única persona humana capaz de ponerse a preparar un pavo con guantes de goma con plumas. Verla en acción le resulta delirante hasta a Tim Burton, que se inspiró en ella para crear el personaje de la Reina Blanca en Alicia.

La metamorfosis de Nigella Lawson en fiera mediática se dio de la mano de uno de los cambios más significativos de su vida personal. Nueve meses después de la muerte de su primer marido, John Diamond, Nigella se mudaba a la casa de Charles Saatchi -sí, el Saatchi de Saatchi&Saatchi-, con quien se casó. «No creo mucho en los duelos», afirmaba Lawson durante su mudanza a Eaton Square. Desde allí, desde la cocina del marchante más antisocial del mundo del arte, filmaría parte de sus programas.

«Nigella Lawson, prácticamente perfecta en todo», podrían rezar sus folletos de propaganda, con la ínclita sonriente tras alguno de sus robots de cocina de 600 euros.

Y, de repente, en un intervalo de pocos meses, todo ese mundo prácticamente perfecto estalla en la forma de: robo, estafa, hemorragia de dinero, drogas, agresión, denuncia por asalto, tribunales y -¡sorpresa!- divorcio. Es decir, con una gran y sublime traca que comenzó este verano, cuando se hicieron públicas unas fotografías en las que Charles Saatchi agarraba a la presentadora por el cuello. El millonario terminó aceptando un cargo por agresión y la pareja terminó en divorcio. A la vez, en perfecto minué, dos antiguas empleadas de Nigella Lawson iban a juicio por haber hecho uso fraudulento de las tarjetas de crédito de la familia. En total, Elisabetta y Francesca Grillo se habían ventilado unos 800.000 euros en viajes y compras de lujo. Las hermanas afirmaron que la señora de la casa era bien consciente de estos gastos, ya que le servían como tapadera para ocultar su adicción a la cocaína, a las drogas blandas y a los tranquilizantes. Cuando el tribunal le preguntó a Charles Saatchi si no había notado un cierto agujero en sus cuentas domésticas, el ya ex marido de Nigella Lawson contestó: «No me gusta hablar de dinero en casa». Esa vulgaridad.

No fue lo único que dijo. En mitad de todo el proceso a las Grillo, se filtró un mail de Saatchi dirigido a su ex mujer: «Me he enterado por los periódicos y sólo puedo reírme ante tan patética depravación. Por supuesto que las Grillo se van a salir con la suya ahora que se sabe que andabas colocada todo el tiempo».

Citado a declarar el pasado sábado, Saatchi aseguró, sin embargo, sentir «profundamente» que aquel texto se hubiera filtrado y afirmó seguir enamorado de su ex esposa, que esta semana le cogió la réplica. En una entrada digna de Gloria Swanson, trufada de fotógrafos, con menos kilos y con la cara algo abotargada, Nigella Lawson admitió haber tomado cocaína «alguna vez» durante la enfermedad de su primer esposo. Y haber fumado marihuana a lo largo del último año de convivencia con Saatchi, un periodo de «terrorismo doméstico», en palabras de Lawson. «Pero no soy una adicta -insistió-. Y la gente que toma cocaína suele estar mucho más delgada de lo que yo estoy».

Lawson declaró, también, que había sido el propio Charles Saatchi el que había dado inicio en Internet a los rumores sobre su drogadicción, y que había acudido a declarar coaccionada por su ex marido, que amenazó con destruirla en caso contrario. Saatchi es, subrayó Lawson, un hombre «brillante pero brutal, no conocido precisamente por su temperamento afable».

Como se dice, el juicio continúa.

Te gustará

imaginarias reunidas